Venezuela
y su pueblo bolivariano saludan a esta Cumbre, y a través de ella, a
todos los países y pueblos del mundo. Hace dos milenios vino Cristo a
luchar por la justicia, por la paz, por la dignidad y por la vida. Hace
500 años se aceleró el encuentro y el conflicto entre civilizaciones a
través de un monstruoso proceso de conquistas, colonizaciones y
dominación. Proceso este que trajo consigo una carga poderosa de
injusticias, de guerras y de muertes.
Hugo Chávez Frías
Hace 55 años fue creada la Organización de las Naciones Unidas, cuando se iniciaba la segunda mitad del último siglo del segundo milenio. ¡Cómo han pasado los años! ¡Cómo han pasado los siglos! ¡Y los milenios! Desde la Última Cena, por allá en el año 33, hasta esta Cumbre del Milenio del 2000, los seres humanos nos hemos visto arrastrados por el mismo drama, por la misma búsqueda interminable de los caminos hacia la justicia, la paz, la dignidad y la vida.
¿Cuántas cumbres habremos realizado en estos 1977 años? Sin duda que en las últimas décadas estas se han intensificado. Andamos saltando de cumbre en cumbre, pero tristemente la gran mayoría de nuestros pueblos andan gimiendo de abismo en abismo.
Simón Bolívar, el Libertador de Suramérica y líder inspirador de la revolución que en estos tiempos se ha desatado en Venezuela, un día soñó, en su delirio por la justicia, haber subido a la Cumbre del Chimborazo. Y allá, sobre las nieves perpetuas del espinazo de Los Andes, recibió un mandato del señor Tiempo, anciano sabio y de larga barba: «Anda y di la verdad a los hombres». Hoy, he venido aquí, como portaestandarte de aquel sueño Bolivariano, para clamar junto a ustedes: ¡Digamos la verdad a los hombres!
Y diría mas: para decir la verdad a los hombres, necesario es descubrir la verdad de los hombres. La verdad —dijo el filósofo hindú Jiddu Krishnamurti— no es un punto fijo, no es estático, se mueve constantemente por muchos caminos. He aquí el sentido que queremos traer a esta reunión cuando hablamos de «la verdad». Tomamos, dos caracterizaciones fundamentales ya aceptadas para definir «la verdad»: La primera, «es algo que se vive en el momento»; y la segunda, «expresa nuestra vinculación con el todo».
Creo entonces que esta impresionante Cumbre del Milenio constituye una extraordinaria ocasión para dejar atrás verdades que fueron válidas solo para momentos pasados. Las Naciones Unidas fueron creadas dentro del contexto de la Guerra Fría, al concluir el horroroso conflicto bélico que llevó a la muerte un promedio de 25 mil personas por día. Bajo el signo de las amenazas latentes, fue imponiéndose una verdad que nos unía a todos con el todo: la necesidad de garantizar la seguridad en el mundo, y evitar así la continuación de aquella infernal carnicería humana. Pero hoy, más de medio siglo después, la verdad se ha movido y el momento que vivimos es otro. No podemos seguir unidos aferrándonos tercamente a un pasado ya desmoronado por los años.
En este momento planetario siguen muriendo diariamente seres humanos, pero ahora las cifras se han duplicado, ya no como consecuencia de una guerra mundial. No!, ahora la principal causa de esta horrorosa verdad es la miseria, la marginalidad, el hambre. Por tanto, lo que se impone en este mismo dramático instante es que, en primer lugar, reconozcamos todos esta verdad. Y en consecuencia, sin dilaciones de ningún tipo, construyamos un nuevo pacto mundial en Naciones Unidas. Y es precisamente aquí donde aparece la Cumbre del Milenio como una esperanza creadora y como un desafío colosal. Naciones Unidas, ahora en el siglo XXI y para el tercer milenio, debe concentrar todos y los más grandes esfuerzos posibles, en el orden moral, intelectual, científico, social, cultural, económico y financiero, en la lucha contra los demonios del hambre, la miseria y la muerte que azotan nuestro planeta.
Nuestro Secretario General y el equipo preparatorio de esta Cumbre, han apuntado bien en la inicial visión de la verdad que nos une en el actual momento histórico. En efecto, han propuesto unas ambiciosas y justas metas para orientar los esfuerzos en los próximos años. Voy a referirme solo a algunas de ellas, pero que ya constituyen un inmenso desafío:
- Reducir a la mitad, para cuando este siglo haya cumplido 15 años, la proporción de personas de todo el mundo (actualmente el 22%) cuyos ingresos son inferiores a 1 dólar diario. Quiere decir esto, que para cumplir con la meta en los 15 años señalados, tendríamos que elevar el ingreso a niveles dignos y justos a 140 mil personas cada día de cada mes y de cada año, desde hoy hasta el 31 de diciembre del 2015.
- Lograr, para la misma fecha, que todos los niños y niñas del mundo puedan terminar todo el ciclo de enseñanza primaria, y que las niñas y los niños tengan igual acceso a todos los niveles de enseñanza.
Venezuela propone un cambio estructural en la Organización de las Naciones Unidas, haciéndose solidaria con el clamor de «los condenados de la tierra» como diría Frank Fanon. Un nuevo Pacto Democrático, un nuevo consenso mundial para que «nosotros los pueblos» comencemos a salir de los abismos... Y escalemos sin demora esta y todas las cumbres del milenio por venir. En gran medida, las graves crisis del siglo XX se gestaron por las abismales diferencias entre dirigentes y dirigidos, entre pobres y ricos, entre explotadores y explotados, entre naciones que avasallan a otras naciones mediante el empleo de la fuerza, entre las cumbres y el nivel donde se ubica el ciudadano común, entre un comportamiento retórico y formalista de los organismos internacionales (ONU) y los conflictos y padecimientos de los pueblos. Lo que hay que dilucidar, entonces, es si el mundo en este nuevo milenio seguirá funcionando de esa forma perversa, o si hay posibilidades de cambio. ¿Cuál sería la base del cambio? Sin duda, que las respuestas que puedan surgir, dependerán fundamentalmente de la voluntad política de todos. Asumir plenamente la realidad, dejando de lado el doble discurso y reivindicando las normas del derecho internacional que hagan posible la plena igualdad de todos los pueblos sobre la tierra.
Excelencias, amigas y amigos: Yo pude haberme ahorrado este discurso y ahorrarles a ustedes escucharlo reduciéndolo solo a tres segundos. ¿Por qué tres segundos? Simplemente por la dramática, horrenda realidad de que cada vez que el reloj marca ese pequeñísimo tiempo, muere de hambre un niño en el mundo. Uno..., dos... y tres: acaba de morir un niño mientras estamos aquí. La Biblia lo señala en el Eclesiastés: «Todo lo que va a ocurrir debajo del sol tiene su hora». Hagamos de esta, la hora, de una vez y para siempre: ¡salvemos al mundo!
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