Gregorio J. Pérez Almeida
I
Fetichización del desarrollo
El proceso
revolucionario venezolano tiene que ser inédito. Nadie lo pone en duda. Y tiene
que ser así, entre otras razones, porque la venezolana es quizá la sociedad más
“macdonalizada” de Suramérica y su “clase media”, que no es más que “media
clase”, ha liderizado los procesos tanto de “modernización burguesa”, como los
intentos de “revolución proletaria” y, como salta a la vista, en todo momento ha
invisibilizado a los otros: los marginales o “monos”, como dicen ahora los
chamos privatizados.
Otra razón, de
muchísimo peso, es que, a diferencia de los procesos exitosos de Bolivia y
Ecuador, no tenemos la influencia decisiva de los movimientos indígenas que por
más de 500 años han resistido al dominio imperial conservando sus idiomas,
valores, tradiciones y, sobre todo, la convicción de que su cultura, esto es:
su organización social basada en las relaciones con la naturaleza, es no sólo
distinta sino “superior” a la impuesta por los dominadores. Superior. Sí. Así
de simple. Y no es idolatría indigenista, sino que esta verdad se revela en el
grito de angustia de la gente cansada y agotada (y cagada) por los desastres
humanos y ecológicos cometidos por el sistema-mundo-capitalista hegemónico. Ese
grito lo que pide es “retornar a”, o “recuperar” los valores humanos que nos
permitan frenar el desmadre mundial en que se convirtió la búsqueda del
“crecimiento” y el “desarrollo”, antes de que sea demasiado tarde y vivir en
armonía tanto como seres humanos sociales y políticos, como seres integrados en
la naturaleza. Peticiones que, exactamente, encierran dos “palabras” milenarias
del mundo andino: SUMAK KAWSAY (en quichua ecuatoriano) y SUMA QAMAÑA (en
aymara boliviano), que traducidas al español significan: BUEN VIVIR y que, por
la influencia determinante de los movimientos indígenas en aquellas
revoluciones, forman el eje transversal de las nuevas constituciones de Ecuador
y Bolivia.
Este Buen vivir, no
significa vivir mejor, o “bienestar”, como lo asumimos nosotros, los
blanqueados occidentales. No es el disfrute individual, material, hedonista e
incesante de los bienes y servicios –principalmente materiales- disponibles en
el mercado. Disfrute que nos arrogamos como “derecho humano inalienable” y que
identificamos con el confort o “civilización” y que es consecuencia directa del
nivel de “desarrollo” alcanzado por una sociedad.
Buen vivir,
significa, en la Constitución ecuatoriana, el derecho de la población a vivir
en un ambiente sano y ecológicamente equilibrado, que garantice la
sostenibilidad y el buen vivir. Y en la boliviana significa, primero, el
reconocimiento de la pluralidad lingüística por ser un país “plurinacional” y,
en consonancia con ello, la asunción y la promoción de los principios
éticos-morales de la sociedad plural: ama qhilla, ama llulla, ama suwa (no seas
flojo, no seas mentiroso ni seas ladrón), suma qamaña (vivir bien), ñandereko
(vida armoniosa), tekokavi (vida buena), ivimaraei (tierra sin mal) y qhapajñan
(camino o vida noble) que, sumados al principio político precolombino del
“mandar obedeciendo”, constituyen un proyecto descolonizador alternativo,
concreto y con experiencias vivas, al proyecto desarrollista occidental que
fracasó y que nos llevó al desastre presente.
Lo que sostenemos es
que los venezolanos, a diferencia de los bolivianos y ecuatorianos (y también
los mexicanos, centroamericanos y peruanos), tenemos más difícil pensar el
futuro buscando en el pasado raíces y referentes distintos a los occidentales
que están en la base del proyecto desarrollista, aunque lo llamemos
“socialista”, porque nuestras etnias “aborígenes” fueron exterminadas casi
totalmente y los pocos que quedaron tuvieron que esconderse en las selvas fronterizas
para sobrevivir a la barbarie conquistadora, lo que provocó que sus referentes
culturales quedaran excluidos del “contrato social” que concretó el
Estado-nación heredero de la colonia y en el que construimos nuestro “mundo de
la vida” por más de 500 años. Esta realidad histórica y social explica, por lo
menos, dos cosas:
1.- La ausencia del
referente indígena en el análisis del mundo hecho por los intelectuales
orgánicos (tanto los conservadores como los revolucionarios) y,
2.- Por qué no se
pensó a la naturaleza como elemento substancial de la vida dentro del nuevo
contrato social de 1999: para occidente, a diferencia de los indígenas, la
naturaleza no es más que un “recurso” al servicio del “progreso humano” que,
por más consideraciones “ecológicas” que se hagan en el texto constitucional
nada ni nadie la salva de sufrir los embates del emporio trasnacional petrolero
en el que participa PDVESA. A lo sumo los indígenas y sus culturas quedaron
como un capítulo, muy corto, en los libros de enseñanza de la historia patria.
De manera que en la dinámica cultural colectiva –mayoritariamente urbana y
americanizada- de nuestra sociedad, de poco vale que nuestra Constitución sea
la primera en América Latina que reconozca los derechos de los indígenas, porque
su presencia efectiva en nuestros imaginarios culturales, valorativos y, sobre
todo, dentro de nuestras vocaciones e inspiraciones utópicas, es casi nula.
Consecuencia de lo que afirmamos es que a nuestros líderes revolucionarios
(mucho menos a los de la oposición) jamás se les pasaría por la mente proponer
algo como el proyecto o iniciativa “Yasuní-ITT”, ecuatoriano, que consiste en
dejar bajo tierra el petróleo (850 millones de barriles) que está en el fondo
de los tres pozos de exploración perforados en la Amazonia y de los que toma su
nombre: Ishpingo, Tambococha y Tiputini. Dejemos que el investigador de FLACSO,
Matthieu Le Quang, nos explique un poco la índole del proyecto:
“El Ecuador tiene una
economía basada principalmente en la renta petrolera. Recuérdese que el
petróleo representó el 22,2% del PIB, el 63,1% de las exportaciones y el 46,6%
del Presupuesto General del Estado, en el año 2008.
Las reservas del ITT
representan cerca del 20% de las reservas totales conocidas en el país.
Entonces, es una fuente financiera que un país tan pobre como el Ecuador no
puede dejar. Sin embargo, la propuesta del gobierno ecuatoriano es de no
explotar esas reservas, por diversas razones, no sólo ambientales.
El Ecuador, partiendo
del principio de corresponsabilidad por los problemas ambientales globales,
pide a la comunidad internacional una contribución cercana al 50% de los
ingresos que se podrían disponer si explotara ese petróleo. Es una propuesta
que tiene como meta luchar contra del calentamiento climático y contra la
pérdida – sin posibilidad de retorno – de una muy rica biodiversidad, impedir
la emisión de unas 410 millones de toneladas de CO2, frenar la deforestación y
la contaminación de los suelos, así como el deterioro de las condiciones de
vida de los habitantes de la región. Además, esta es una manera efectiva para
prevenir la transformación de la selva amazónica en una sabana, lo que
provocaría una disminución sustancial de la cantidad de agua en todo el
continente”. (en: www.ecoportal.net)
Le Quang, expone cómo
la iniciativa Yasuní-ITT es coherente con el SumakKawsay y reconoce sus
contradicciones con el proyecto desarrollista aún hegemónico en las élites
occidentalizadas de Ecuador, sin embargo, ahí está el proyecto propuesto por
Rafael Correa en Copenhage como modelo a seguir para detener el recalentamiento
global y sus nefastas consecuencias humanas.
Entre los venezolanos
es distinto, porque la profunda y determinante “occidentalización” de nuestros
imaginarios culturales y políticos que impone la fetichización del desarrollo y
reduce a la naturaleza a simple recurso, es consustancial al fetiche del poder,
que convierte a los activistas y a las instituciones donde ellos y ellas
realizan sus tareas, en auténticas “sedes” del poder. Los activistas se “cogen”
personalmente el poder y convierten a las instituciones del Estado en sus
“feudos” con huestes y vasallos. Es tan así, que no exigen lealtad al
“proceso”, sino a su “gestión” y por ello cuando se sustituye a un ministro por
otro, es como si llegara otro gobierno al poder. Pero este es el tema de la
próxima entrega.
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