Gregorio
J. Pérez Almeida
Uno
de los aportes de Marx al conocimiento del sistema capitalista es que demostró
que en la base misma de la producción está instalada la corrupción.
Evidentemente
sólo el corrupto contumaz o el idiota moral estarían en desacuerdo con la lucha
a fondo contra la corrupción. Sin duda alguna hay que ser inclemente con los
actos "para-administrativos" que desvían fondos públicos para
alimentar riquezas privadas o de grupos, pero a estas alturas de la historia
con todo lo que se sabe del sistema capitalista es necesario ir más al fondo
del asunto, porque la lucha contra la corrupción se queda en una de las
consecuencias del funcionamiento propio del sistema capitalista y no ataca la
causa que se encuentra en la esencia misma de dicho sistema.
Trataré
de explicarme. Uno de los aportes de Marx al conocimiento del sistema
capitalista es que demostró que en la base misma de la producción está
instalada la corrupción que se materializa en las múltiples formas de
adulteración de los productos industriales (mercancías) a las que recurren los
capitalistas desde el mismo inicio del industrialismo para rebajar la inversión
en los costos y poder competir con ventajas "extras" en el mercado.
De manera que si la base productiva misma del sistema está corrompida (sin
ética) nada extraño tiene que los procesos de circulación que ella genera estén
contaminados por la corrupción.
Evidentemente
que esto que acabamos de decir no agrega nada al argumento que sostiene que se
puede (y se tiene que) acabar con la corrupción antes de construir el
socialismo, porque se piensa que un funcionario público no tiene que ver con el
proceso productivo industrial o con que un vendedor de café abuse con el agua
para sacarle más ganancia a cada kilo del producto.
Visto
así, aisladamente, el asunto se reduce a un problema ético y de formación de
conciencia ciudadana (cívica) que se llevaría a cabo con un programa masivo de
"educación en valores" y con un sistema judicial que castigue
inclementemente a los corruptos y, por lo mismo, nuestra observación no tiene
relevancia sino más bien peca de economicista. Por esta vía no haría falta una
revolución sino un buen programa de reforma educativa y de enmienda judicial de
las fallas del sistema capitalista.
Pero
si concebimos el capitalismo como un "sistema", es decir como un
conjunto estructurado de instituciones económicas, sociales y culturales que
interactúan para conformar una estructura social y una tipología humana
portadora de una determinada y homogénea "visión de mundo", entonces
la cosa cambia, porque a este proceso de corrupción inmanente al sistema
capitalista tenemos que agregar otros componentes que el economista (no marxista)
Karl Polanyi(1) denominó "mercancías ficticias" (o falsas mercancías)
que son el resultado de la conversión de la tierra, la fuerza de trabajo y el
dinero en mercancías.
Resultado
logrado por el capitalismo en Inglaterra entre los siglos XVIII y XIX en ardua
lucha contra las clases "más misericordiosas" del antiguo régimen que
avizoraban el peligro social y político que representaban los pobres librados a
su propia suerte, esto es: a la dinámica de la oferta y la demanda del mercado
como una mercancía más.
De
estas tres falsas mercancías nos detendremos primero en la fuerza de trabajo:
Al convertirse la fuerza de trabajo en mercancía, esto es, al convertir al
individuo (mujer, hombre, niño, adolescente, joven, viejo) en simple portador
de una cualidad vital que sólo vale en el mercado, es decir: de la cual depende
su sobrevivencia (y las de su familia) pero que representa o produce algún
provecho sólo si tiene la suerte de venderse al mejor postor, se está vaciando
al ser humano del "contenido" que lo hace humano, a saber: las
relaciones familiares, las relaciones con su comunidad y las relaciones con su
historia.
Evidentemente
que este vaciamiento (2) se logra sólo después de que se ha convertido la
tierra en mercancía y se ha obligado a los hombres y mujeres a desarraigarse de
su "terruño" (el pedazo de tierra donde se nace, se trabaja para
obtener el alimento, se muere -e incluso se enterraban los familiares muertos-
y se establecen los primeros lazos de amor tanto familiares como comunales).
Luego,
con el desarrollo y expansión de las relaciones capitalistas de producción a
todas las instituciones de la sociedad y a todas las sociedades del mundo, ese
vaciamiento se convirtió en el aire que respiramos.
Y
aquí entra la falsa mercancía que nos falta nombrar: el dinero, que de ser un
simple pero seguro y "justo" medio para el intercambio de mercancías
en comunidades estables, pasó a convertirse en el "Dios de los
dioses" que decide sobre la vida y la muerte de los seres humanos y decide
también sobre algo mucho más importante porque es lo que llena de
"verdadera humanidad" la vida y la muerte de los seres humanos: el
amor.
Así
fue como llegamos al estado de vaciamiento moral en que nos encontramos, valga
decir: al estado de corrupción en que estamos, porque la corrupción -esa que
preocupa a todos los seres humanos de buena voluntad- no es más que el
vaciamiento espiritual que ha producido el capitalismo en los seres humanos. No
es gratuito que la corrupción sea el mayor y más dañino flagelo que ataca a
todas las economías públicas (y privadas) donde el capitalismo ha echado
raíces.
Pero
cuando decimos corrupción no sólo nos referimos a las distintas manifestaciones
que se presentan en la administración pública o privada y que ya practican en
Venezuela algunos que se disfrazan de revolucionarios (bolivarianos primero,
ahora socialistas), sino a otras más sofisticadas y sutiles que constituyen el
entramado de costumbres y hábitos que, como un andamiaje invisible, sostiene
nuestra alma vacía y, aunque parezca insólito, no sentimos dolor. Nos referimos
a esa forma de llevar la vida "por los caminos verdes" en que nos educamos
desde que en la escuela "descubrimos" que es más fácil (y da igual)
"copiarnos" de un compañero o de una "chuleta" que estudiar
para obtener una buena nota que nos coloque en el cuadro de honor y nos
convierta no sólo en el mejor estudiante sino en el mejor de los hijos (y lo
peor: que nos lo festeje la familia).
Y
así continuamos "nuestra marcha de locos" hacia una meta que se nos
proyecta desde distintos "aparatos" como la familia, la escuela, los
medios de comunicación, etc., sobre una pantalla que nosotros mismos
sostenemos. La meta es: el éxito económico, tener mucho dinero para sentirnos
realizados, seguros y servir de ejemplo a la generación de relevo.
Por
eso afirmamos que no es acabando con la corrupción administrativa pública y
privada como avanzaremos hacia el socialismo, sino que hay que salir del
capitalismo para comenzar a acabar con la corrupción. Por lo que es tan
importante discutir sobre la sociedad que queremos y precisar cuánto debe
diferenciarse de la que tenemos. Estos son los argumentos que nos hacen decir a
los que colocan la lucha anticorrupción como norte de la revolución
anticapitalista que "deseos no empreñan", porque querer acabar con la
corrupción sin acabar con el sistema capitalista que la reproduce como el árbol
su savia nos llevará, inevitablemente, por lo menos, a repetir la amarga
experiencia de los pueblos que vivieron el (mal) llamado "socialismo
realmente existente", donde las "falsas mercancías" (y sobre
todo el dinero) siguieron existiendo pero fueron escondidas tras la fachada de
la planificación estatal (es decir no privada) de la economía.
Evidentemente
que nuestra reflexión nos deja una pregunta en el aire y que forma parte de la
discusión necesaria: ¿Es posible deshacer el entramado institucional
(económico, político, social y cultural) construido sobre estas falsas
mercancías? En otras palabras: ¿Es posible el hombre y la
sociedad nuevos?
Notas:
(1)
Karl Polanyi."La gran transformación". Edit. FCE.
(2)
Marx llamó a este vaciamiento "alienación".
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