El
4 de febrero de 1992 la operación fue exitosa en el Zulia, fue muy
exitosa en Maracay, en Valencia también; pero aquí en Caracas no
funcionó el plan por distintas razones, entre otras porque en la Escuela
Militar alguien nos traicionó. La decisión que el comando había dejado
en mis manos estaba tomada, solo tenía yo que pulsar un botón, en
función de algunas informaciones que me iban llegando, especialmente una
de ellas, el retorno de Carlos Andrés Pérez el lunes en la noche. Lo
voy a decir por primera vez: el “Indio” Pérez Ravelo, hoy general,
comandante de la Brigada en Paraguaipoa; pues el indio, mi ahijado, era
teniente y estaba aquí en la Casa Militar. Él tenía, entre otras tareas,
que informarme de la llegada del Presidente, y me lo confirmó
directamente el viernes por la tarde.
Así que, con base en esa información y otras más, tomé la decisión, el lunes 3 de febrero a la media noche, y empezamos a alertar a todos. El domingo íbamos informando por etapas; teníamos un sistema de seguridad que funcionó casi en un cien por ciento. Pero resulta que cuando el domingo por la noche le informaron a un oficial que trabajaba en la Academia Militar, a quien yo quise mucho, como un hijo en verdad y le recuerdo con afecto. El muchacho resulta que estaba de amores con la hija del director de la Academia Militar, y había perdido aquella estirpe revolucionaria que todos le reconocimos durante varios años, desde que era cadete. A ese muchacho lo dieron de baja de cadete y yo lo ayudé a ingresar de nuevo, porque ya él estaba en el movimiento. Yo estaba de jefe de deporte y le ayudé a redactar la carta de solicitud de reingreso; fui uno de los que más defendió su regreso. Reingresó, no por mí, él tenía condiciones y, en verdad, le habían raspado una materia, pero iba muy bien en las demás y ya estaba en tercer año, bueno, en definitiva se graduó. Pero el muchacho nos delató, claro, él con un pie en el infierno y el otro quizás en el purgatorio, entre dos aguas. No dijo todo y eso le valió que después también lo apretaran. Por ejemplo, no dijo que yo era el jefe del movimiento, ni sobre Arias Cárdenas, y él sabía. Le dijo a su jefe, a su general y suegro: “Mire, hay un golpe de Estado, van a tomar la Academia, y a mí me toca ponerlo preso a usted y yo no quiero hacer eso”. Aquí en Fuerte Tiuna dio otros nombres de algunos compañeros de él, pero hasta ahí llegó. Lo interrogaron varias veces y no dio más, no soltó más prenda. Sin embargo, todo lo que él dijo le permitió al Alto Mando tomar medidas dentro de Fuerte Tiuna.
Yo había mandado el viernes anterior la Chester, aquella camioneta grande de comunicaciones que era de los Paracaidistas, que nos hubiera permitido tener comunicaciones de largo alcance; la mandé de Maracay para Fuerte Tiuna, en Caracas, con una orden de reparación. El jefe de esa unidad era Campos Aponte, capitán de las comunicaciones de la Brigada de Paracaidistas y juntos lo planificamos. Mandamos al sargento con los soldados, simulando que estaba dañada la Chester. Mentira, no tenía nada, estaba perfecta, más bien la habíamos repotenciado, comunicaciones de USB, single saivan, no sé cuántas cosas más. ¡Hasta con la luna se comunicaba esa Chester bolivariana! El lunes no entró a taller, estaba esperando la hora acordada, las seis de la tarde, para moverla. ¿Cuál era el plan? Moverla primero a donde estaba el sargento Reyna Albia, en la esquina de Pepe Alemán, en San Juan, donde está la antigua Intendencia Militar. Ellos la iban a tomar. Luego, cuando tuviéramos más avanzada la operación, la iban a mover hacia el Cuartel de la Montaña, que era el centro de comunicaciones. La Chester no pudo salir de Fuerte Tiuna, prohibieron la salida de todo vehículo militar y allá se quedaron. Y no solo eso, sino que cuando se dieron cuenta que era la Chester de Maracay, ¡pung!, metieron preso al sargento, al soldado, y les quitaron la camioneta y no tuvimos comunicaciones el 4 de febrero.
Hace poco estábamos conversando con el comandante Alastre López, quien fue uno de los oficiales que vino con la columna de tanques de Fuerte Tiuna. Esa fue una acción suicida que tomaron Blanco La Cruz, Díaz Reyes, Blanco Acosta, Alastre López, Ávila Ávila, Florencio Porra Echezuría. Como diez oficiales de los nuestros tuvieron que esconderse en la habitación de Díaz Reyes, que estaba en la Escuela de Blindados; los andaban buscando por todo Fuerte Tiuna. Ellos mandaban a alguien que se asomara a ver qué pasó; no había celulares ni nada. Ellos no sabían incluso si nosotros veníamos de Maracay para Caracas. Mandaron al capitán Blanco Acosta que fuera en su carro rumbo a Maracay: “Vete para Maracay, ve a ver cómo sales del Fuerte, ve a ver si mi comandante Chávez viene o no viene, o estamos nosotros aquí solos y nos van a agarrar aquí encerrados”. Andaban solo con la pistolita. Blanco Acosta no sé cómo salió del Fuerte en su carro, ya de noche, rumbo a Maracay. Después del túnel de Los Ocumitos vio que venían unos autobuses con paracaidistas, y se devolvió brincando la isla como alma que lleva el diablo. Entró no sé cómo a Fuerte Tiuna, porque lo andaban buscando, llegó de nuevo a la habitación y les dijo: “Ahí vienen los paracaidistas y nosotros aquí encerrados”. Entonces, decidieron salir con las pistolas nada más, ya de noche, eran como las once, un poco tarde ya. Pero asumieron el riesgo y se fueron en dos carros, aquellos carros atiborrados de oficiales, agachados ahí. Llegaron a la puerta del Cuartel de los Tanques, del Ayala, al lado de la misión militar yanqui que estaba ahí, y a punta de pistola someten al de guardia. Todos esos cuentos me los echaron a mí, después en la cárcel.
Tomaron el cuartel, agarran jugando truco a los comandantes, que estaban ahí bebiendo “güisqui”, sacan los tanques, y ¡pung!, se vienen para acá. Pero los tanques no tenían munición. Ávila Ávila le dice a Blanco Acosta: “Mire, estos tanques no tienen munición”. ¿Y qué dijo Blanco?: “Qué importa que no tengan munición, chocaremos contra ellos, utilizamos la fuerza de choque”. “Mire que los radio…”. “Qué nos importa que no tengan radio los tanques, nos gritaremos a viva voz, y vámonos”. Y se vinieron. Incluso desfilaron delante del comandante de la Brigada, el general Tagliaferro, porque el Alto Mando se quedó esa noche en Fuerte Tiuna, alertado del movimiento. Tagliaferro llega a la puerta del cuartel, pero cuando los tanques vienen saliendo, ¿qué podía hacer él? Nada. “¡No se lleven los tanques!”. Parece que hasta un perro, que era la mascota de los soldados, venía con ellos.
Hay muchos chistes. Florencio Porras Echezuría, que es un genial muchacho y, entre otras cosas, un gran caricaturista, hizo en la cárcel muchos de esos cuentos. Entre otras historias, hay una del comandante del Batallón de Tanques, que fue un buen amigo mío. Lo recuerdo con cariño y me dio cierto dolor, porque hasta ese día su carrera iba bien, pero le quitamos los tanques. Ese buen amigo, que era más antiguo que yo, era comandante porque el Alto Mando, como estrategia, a mi promoción no nos dieron comando de batallones de tanque. A mí me tocaba comandar uno, porque yo era de Blindados. Esa era mi carrera, pero no me dieron comando. Les dieron batallones a unos oficiales que ya estaban por irse del grado de teniente coronel, pero igualito le quitamos los batallones con los capitanes, los tenientes y los sargentos.
Entonces, dicen que ese comandante vio un tanque que se quedó ahí al frente del comando; se habían ido todos los tanques, menos uno. El cañón quedó apuntando a la puerta del comando. Después que se fueron todos, sale con la pistola y gritaba: “¡Soldados!, ¡no disparen, soy su comandante!” Y él ahí, con la pistolota apuntando al tanque, imagínate tú, en un gesto de coraje y de dignidad, hay que reconocerlo, pues le llevaron todo el batallón. Pero quedó uno y él iba a recuperar su tanque. Y el tanque parado ahí, y él con la pistola, pero no lo perdonaron y le pintaron su caricatura. Porque resulta que logra llegar hasta el tanque, después de mucha maniobra y gritos de “¡No disparen, soldados, que soy su comandante!”, y se movía por aquí, por allá, media hora estuvo en eso. Cuando subió por fin al tanque… estaba solo. Es que no había prendido el motor y lo dejaron. El tanque estaba solo, no había nadie. Esos son los chistes del 4 de febrero.
En Valencia, al general, comandante de la Brigada Blindada, cuando lo agarraron, parece que estaba medio borracho, porque tomaba mucho ese hombre. Los capitanes Valderrama, Arteaga Páez y Godoy Chávez llevaron al general al calabozo de los soldados, que está ahí a la entrada al cuartel. En el calabozo estaba un soldado que se la pasaba preso por faltón. El guajiro se despierta con aquel alboroto. Era ya medianoche. Prenden la luz del calabozo y cuando el guajiro ve que traen al general y lo meten le dice: “¡Verga, mi general! Tú sí eres faltón. ¿Qué hiciste, mi general?, ¿qué hiciste que te metieron preso aquí conmigo?”. Porque los guajiros tutean a todo el mundo. El guajiro no dice usted, es costumbre de ellos: “Tú, mi capitán”, “tú, mi teniente”. Yo tenía unos guajiros, los guajiros en los paracaidistas, eran un show porque no les daba miedo nada. Pero entonces, en la puerta del avión uno les decía: “Miren, que tienen que pegar los codos, tienen que saltar así”. Y ellos miraban, ¡ujú! Sí, con cara de susto, pero cuando les tocaba, saltaban de una vez: son audaces; bueno, indios al fin.
Ese 4 de febrero fueron hasta el Cuartel de la Montaña Fernán Altuve Febres, un viejo conspirador, que era asesor del ministro de Defensa, y Santeliz Ruiz, en un carro civil, pero Hermes Carreño le echó una ráfaga y casi se raspó ahí a Altuve y a Santeliz. Yo, ya como tigre enjaulado ahí, no tenía comunicaciones y finalmente los mando a pasar. Estaba rodeado, sin conexión con los tanques, sin conexión con el Zulia, ni con la base de La Carlota. Recuerdo que yo cargaba una granada de mano aquí, guindada en mi arnés, una granadita de mano defensiva. Cuando Altuve vio que ya tomé la decisión de rendirme, me dijo: “Comandante, este es un día histórico, regáleme esa granada. Yo pelé por la granada y se la di, y creo que un pequeño radio que nunca sirvió para nada; él debe tener eso guardado”.
Altuve fue testigo de aquel momento en que yo reuní a las tropas que tenía bajo mi mando allí en el cuartel, oficiales y tropa y es lo que él llama “el primer por ahora”. Eso fue amaneciendo ya, el sol estaba levantando. Les di un saludo a mis tropas y oficiales y mandé: “Pabellones, armen, y a la izquier… Quedan a la orden del coronel del Museo Histórico y sus oficiales”. Entregué las tropas y pedí respeto para ellos, y es cuando me dice Santeliz: “Chávez, ahora hay que tener cuidado porque la orden es que salga de aquí muerto”. Santeliz, Altuve y el mismo Coronel del Museo ayudaron a simular, porque había francotiradores rodeando aquello, con orden de que yo no saliera vivo. Cuando me dicen que la orden es matarme y los F-16 pasaban muy bajito, entonces ahí me llegó la idea de la muerte. Yo dije: “¿Y por dónde vamos a salir para que no me cacen los francotiradores que ya han matado a por lo menos tres soldados de los míos?”. Me llegó la noción de la muerte, y ¿saben qué recuerdo? Un pensamiento rápido: “Rosita, María, Huguito, yo hoy no muero”.
Así que, con base en esa información y otras más, tomé la decisión, el lunes 3 de febrero a la media noche, y empezamos a alertar a todos. El domingo íbamos informando por etapas; teníamos un sistema de seguridad que funcionó casi en un cien por ciento. Pero resulta que cuando el domingo por la noche le informaron a un oficial que trabajaba en la Academia Militar, a quien yo quise mucho, como un hijo en verdad y le recuerdo con afecto. El muchacho resulta que estaba de amores con la hija del director de la Academia Militar, y había perdido aquella estirpe revolucionaria que todos le reconocimos durante varios años, desde que era cadete. A ese muchacho lo dieron de baja de cadete y yo lo ayudé a ingresar de nuevo, porque ya él estaba en el movimiento. Yo estaba de jefe de deporte y le ayudé a redactar la carta de solicitud de reingreso; fui uno de los que más defendió su regreso. Reingresó, no por mí, él tenía condiciones y, en verdad, le habían raspado una materia, pero iba muy bien en las demás y ya estaba en tercer año, bueno, en definitiva se graduó. Pero el muchacho nos delató, claro, él con un pie en el infierno y el otro quizás en el purgatorio, entre dos aguas. No dijo todo y eso le valió que después también lo apretaran. Por ejemplo, no dijo que yo era el jefe del movimiento, ni sobre Arias Cárdenas, y él sabía. Le dijo a su jefe, a su general y suegro: “Mire, hay un golpe de Estado, van a tomar la Academia, y a mí me toca ponerlo preso a usted y yo no quiero hacer eso”. Aquí en Fuerte Tiuna dio otros nombres de algunos compañeros de él, pero hasta ahí llegó. Lo interrogaron varias veces y no dio más, no soltó más prenda. Sin embargo, todo lo que él dijo le permitió al Alto Mando tomar medidas dentro de Fuerte Tiuna.
Yo había mandado el viernes anterior la Chester, aquella camioneta grande de comunicaciones que era de los Paracaidistas, que nos hubiera permitido tener comunicaciones de largo alcance; la mandé de Maracay para Fuerte Tiuna, en Caracas, con una orden de reparación. El jefe de esa unidad era Campos Aponte, capitán de las comunicaciones de la Brigada de Paracaidistas y juntos lo planificamos. Mandamos al sargento con los soldados, simulando que estaba dañada la Chester. Mentira, no tenía nada, estaba perfecta, más bien la habíamos repotenciado, comunicaciones de USB, single saivan, no sé cuántas cosas más. ¡Hasta con la luna se comunicaba esa Chester bolivariana! El lunes no entró a taller, estaba esperando la hora acordada, las seis de la tarde, para moverla. ¿Cuál era el plan? Moverla primero a donde estaba el sargento Reyna Albia, en la esquina de Pepe Alemán, en San Juan, donde está la antigua Intendencia Militar. Ellos la iban a tomar. Luego, cuando tuviéramos más avanzada la operación, la iban a mover hacia el Cuartel de la Montaña, que era el centro de comunicaciones. La Chester no pudo salir de Fuerte Tiuna, prohibieron la salida de todo vehículo militar y allá se quedaron. Y no solo eso, sino que cuando se dieron cuenta que era la Chester de Maracay, ¡pung!, metieron preso al sargento, al soldado, y les quitaron la camioneta y no tuvimos comunicaciones el 4 de febrero.
Hace poco estábamos conversando con el comandante Alastre López, quien fue uno de los oficiales que vino con la columna de tanques de Fuerte Tiuna. Esa fue una acción suicida que tomaron Blanco La Cruz, Díaz Reyes, Blanco Acosta, Alastre López, Ávila Ávila, Florencio Porra Echezuría. Como diez oficiales de los nuestros tuvieron que esconderse en la habitación de Díaz Reyes, que estaba en la Escuela de Blindados; los andaban buscando por todo Fuerte Tiuna. Ellos mandaban a alguien que se asomara a ver qué pasó; no había celulares ni nada. Ellos no sabían incluso si nosotros veníamos de Maracay para Caracas. Mandaron al capitán Blanco Acosta que fuera en su carro rumbo a Maracay: “Vete para Maracay, ve a ver cómo sales del Fuerte, ve a ver si mi comandante Chávez viene o no viene, o estamos nosotros aquí solos y nos van a agarrar aquí encerrados”. Andaban solo con la pistolita. Blanco Acosta no sé cómo salió del Fuerte en su carro, ya de noche, rumbo a Maracay. Después del túnel de Los Ocumitos vio que venían unos autobuses con paracaidistas, y se devolvió brincando la isla como alma que lleva el diablo. Entró no sé cómo a Fuerte Tiuna, porque lo andaban buscando, llegó de nuevo a la habitación y les dijo: “Ahí vienen los paracaidistas y nosotros aquí encerrados”. Entonces, decidieron salir con las pistolas nada más, ya de noche, eran como las once, un poco tarde ya. Pero asumieron el riesgo y se fueron en dos carros, aquellos carros atiborrados de oficiales, agachados ahí. Llegaron a la puerta del Cuartel de los Tanques, del Ayala, al lado de la misión militar yanqui que estaba ahí, y a punta de pistola someten al de guardia. Todos esos cuentos me los echaron a mí, después en la cárcel.
Tomaron el cuartel, agarran jugando truco a los comandantes, que estaban ahí bebiendo “güisqui”, sacan los tanques, y ¡pung!, se vienen para acá. Pero los tanques no tenían munición. Ávila Ávila le dice a Blanco Acosta: “Mire, estos tanques no tienen munición”. ¿Y qué dijo Blanco?: “Qué importa que no tengan munición, chocaremos contra ellos, utilizamos la fuerza de choque”. “Mire que los radio…”. “Qué nos importa que no tengan radio los tanques, nos gritaremos a viva voz, y vámonos”. Y se vinieron. Incluso desfilaron delante del comandante de la Brigada, el general Tagliaferro, porque el Alto Mando se quedó esa noche en Fuerte Tiuna, alertado del movimiento. Tagliaferro llega a la puerta del cuartel, pero cuando los tanques vienen saliendo, ¿qué podía hacer él? Nada. “¡No se lleven los tanques!”. Parece que hasta un perro, que era la mascota de los soldados, venía con ellos.
Hay muchos chistes. Florencio Porras Echezuría, que es un genial muchacho y, entre otras cosas, un gran caricaturista, hizo en la cárcel muchos de esos cuentos. Entre otras historias, hay una del comandante del Batallón de Tanques, que fue un buen amigo mío. Lo recuerdo con cariño y me dio cierto dolor, porque hasta ese día su carrera iba bien, pero le quitamos los tanques. Ese buen amigo, que era más antiguo que yo, era comandante porque el Alto Mando, como estrategia, a mi promoción no nos dieron comando de batallones de tanque. A mí me tocaba comandar uno, porque yo era de Blindados. Esa era mi carrera, pero no me dieron comando. Les dieron batallones a unos oficiales que ya estaban por irse del grado de teniente coronel, pero igualito le quitamos los batallones con los capitanes, los tenientes y los sargentos.
Entonces, dicen que ese comandante vio un tanque que se quedó ahí al frente del comando; se habían ido todos los tanques, menos uno. El cañón quedó apuntando a la puerta del comando. Después que se fueron todos, sale con la pistola y gritaba: “¡Soldados!, ¡no disparen, soy su comandante!” Y él ahí, con la pistolota apuntando al tanque, imagínate tú, en un gesto de coraje y de dignidad, hay que reconocerlo, pues le llevaron todo el batallón. Pero quedó uno y él iba a recuperar su tanque. Y el tanque parado ahí, y él con la pistola, pero no lo perdonaron y le pintaron su caricatura. Porque resulta que logra llegar hasta el tanque, después de mucha maniobra y gritos de “¡No disparen, soldados, que soy su comandante!”, y se movía por aquí, por allá, media hora estuvo en eso. Cuando subió por fin al tanque… estaba solo. Es que no había prendido el motor y lo dejaron. El tanque estaba solo, no había nadie. Esos son los chistes del 4 de febrero.
En Valencia, al general, comandante de la Brigada Blindada, cuando lo agarraron, parece que estaba medio borracho, porque tomaba mucho ese hombre. Los capitanes Valderrama, Arteaga Páez y Godoy Chávez llevaron al general al calabozo de los soldados, que está ahí a la entrada al cuartel. En el calabozo estaba un soldado que se la pasaba preso por faltón. El guajiro se despierta con aquel alboroto. Era ya medianoche. Prenden la luz del calabozo y cuando el guajiro ve que traen al general y lo meten le dice: “¡Verga, mi general! Tú sí eres faltón. ¿Qué hiciste, mi general?, ¿qué hiciste que te metieron preso aquí conmigo?”. Porque los guajiros tutean a todo el mundo. El guajiro no dice usted, es costumbre de ellos: “Tú, mi capitán”, “tú, mi teniente”. Yo tenía unos guajiros, los guajiros en los paracaidistas, eran un show porque no les daba miedo nada. Pero entonces, en la puerta del avión uno les decía: “Miren, que tienen que pegar los codos, tienen que saltar así”. Y ellos miraban, ¡ujú! Sí, con cara de susto, pero cuando les tocaba, saltaban de una vez: son audaces; bueno, indios al fin.
Ese 4 de febrero fueron hasta el Cuartel de la Montaña Fernán Altuve Febres, un viejo conspirador, que era asesor del ministro de Defensa, y Santeliz Ruiz, en un carro civil, pero Hermes Carreño le echó una ráfaga y casi se raspó ahí a Altuve y a Santeliz. Yo, ya como tigre enjaulado ahí, no tenía comunicaciones y finalmente los mando a pasar. Estaba rodeado, sin conexión con los tanques, sin conexión con el Zulia, ni con la base de La Carlota. Recuerdo que yo cargaba una granada de mano aquí, guindada en mi arnés, una granadita de mano defensiva. Cuando Altuve vio que ya tomé la decisión de rendirme, me dijo: “Comandante, este es un día histórico, regáleme esa granada. Yo pelé por la granada y se la di, y creo que un pequeño radio que nunca sirvió para nada; él debe tener eso guardado”.
Altuve fue testigo de aquel momento en que yo reuní a las tropas que tenía bajo mi mando allí en el cuartel, oficiales y tropa y es lo que él llama “el primer por ahora”. Eso fue amaneciendo ya, el sol estaba levantando. Les di un saludo a mis tropas y oficiales y mandé: “Pabellones, armen, y a la izquier… Quedan a la orden del coronel del Museo Histórico y sus oficiales”. Entregué las tropas y pedí respeto para ellos, y es cuando me dice Santeliz: “Chávez, ahora hay que tener cuidado porque la orden es que salga de aquí muerto”. Santeliz, Altuve y el mismo Coronel del Museo ayudaron a simular, porque había francotiradores rodeando aquello, con orden de que yo no saliera vivo. Cuando me dicen que la orden es matarme y los F-16 pasaban muy bajito, entonces ahí me llegó la idea de la muerte. Yo dije: “¿Y por dónde vamos a salir para que no me cacen los francotiradores que ya han matado a por lo menos tres soldados de los míos?”. Me llegó la noción de la muerte, y ¿saben qué recuerdo? Un pensamiento rápido: “Rosita, María, Huguito, yo hoy no muero”.