viernes, 14 de noviembre de 2014
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viernes, 7 de noviembre de 2014
Prólogo a "Ensayos heterodoxos en derechos humanos", de Gregorio Pérez Almeida
“Esta bien, luchemos por los derechos humanos, pero hagamos la
revolución anticapitalista... que la barbarie arrecia y amenaza con
arrasar a la humanidad”
Gregorio P. Almeida
Resulta para este servidor un verdadero placer, haber tenido la oportunidad de plasmar las palabras introductorias de una obra que, por su temática y por la perspectiva con que esta se examina, no sólo nos llega en el mejor momento posible, sino que constituye para nosotros una referencia de lo que significa el abordaje y análisis de nuestra realidad sociopolítica contemporánea desde una visión crítica-reflexiva, particularmente utilizando de manera aguda y brillante las categorías y conceptos de la teoría crítica decolonial.
Efectivamente no hay retórica alguna en la afirmación de que la presente obra nos llega en el mejor momento posible. Al momento de escribir estas palabras, para no extenderme en la ilustración de nuestro actual contexto político y geopolítico mundial signado por el conflicto y la guerra, es noticia y debate de alcance mundial, la filtración por parte de un bizarro colectivo informático-mediático internacional y su visibilización a la opinión pública mundial, de la más que apreciable cantidad de 250 mil documentos –de diversa índole pero en general considerados secretos- que, en su carácter de cables diplomáticos, develan descarnadamente los “secretos” de la política exterior imperial estadounidense, con énfasis en diversos actos que constituyen flagrantes violaciones a los “derechos humanos”, particularmente en la guerra imperialista que estos llevan a cabo en Irak y Afganistán. Wikileaks, ciertamente, no es el tema del presente trabajo; si lo constituye el de los renombrados y no muy respetados “derechos humanos”.
Ciertamente, la expresión entre comillas señala el objeto de la crítica del autor en el presente trabajo quien, inscribiéndose –como lo afirma al principio de la obra- dentro de la llamada cultura de la sospecha, abre fuegos desde el principio contra la concepción que hasta ahora nos han presentado sobre los derechos humanos, quitando el velo mítico de luz que los ha recubierto –labor por excelencia del pensamiento crítico- detrás del cual encontramos suficiente oscuridad como para, en un principio, sospechar de ellos. Hasta podemos decir que a lo largo de su trabajo, el profesor Pérez Almeida hace con ellos algo así como lo que Wikileaks está haciendo con la diplomacia estadounidense, dejándolos en paños menores, abriendo al mismo tiempo un feraz campo de investigación y de crítica con gran potencial político-transformador, en los ámbitos del revigorizado pensamiento crítico de la Venezuela enrumbada hacia el Socialismo para el siglo XXI, que no es tanto expresión de una época de cambios –como dice Rafael Correa- como de un cambio de época.
Desde el capitulo inicial, el autor deja claro cual es la idea central del texto: existen dos historias sobre los derechos humanos, una bonita –que es la que conocemos porque es la que nos han contado- y otra fea –que nos han encubierto y escamoteado-, a partir de la cual el autor despliega una importante labor crítica, desmitificando lo que para el autor es, recurriendo a la categoría Diseño Global planteada por Walter Mignolo, un constructo epistémico o ético-político bien localizado desde la perspectiva de la Geopolítica del Conocimiento: el norte euro-norteamericano en el contexto de la entronización de los EEUU como potencia hegemónica mundial post Segunda Guerra Mundial. De tal manera, los derechos humanos no tienen un “origen divino”, ni forman parte de la naturaleza humana, ni tienen una esencia eterna cuya expresión acabada y perfecta este plasmada en la redacción -por parte de los voceros del liberalismo burgués angloamericano y francés- de los 30 artículos que en 1948 se aprobaron como Declaración Universal de los “Derechos Humanos”.
Es así como el profesor Pérez Almeida hace énfasis en una idea que atraviesa transversalmente la obra. Los voceros de la modernidad capitalista y del mentado progreso como uno de sus mitos fundantes, han presentado a la historia de la humanidad como un trayecto que parte en un supuesto “estado de naturaleza”, donde primaría una suerte de guerra o conflicto permanente -el desorden y la barbarie como producto de la ausencia de una normatividad que regule la vida social-, y que tiene como término o punto de llegada –el súmmum- la Europa moderna, cristiana, capitalista, blanca y patriarcal, como la expresión más acabada o estadio más “avanzado” de sociedad en la historia de la especie humana. Una concepción que tiene en Hegel a uno de sus más importantes pilares y que por demás simboliza al capitalismo triunfante en la Europa de la segunda mitad del siglo XIX. Con este mito de fondo en el centro de su planteamiento, nuestro autor enfila sus baterías contra “la concepción universalista de los derechos humanos como eje de la evolución de la humanidad”.
En este sentido, según el mito básico de la modernidad y de acuerdo a los teóricos del imperialismo euro-norteamericano dominante a partir de 1945, la Declaración Universal de Derechos Humanos viene a ser el estado evolutivo más avanzado –e insuperable- de una vocación normativa que forma parte de la esencia humana y que ha venido evolucionando a través del tiempo, tal como lo ha hecho la ciencia y la tecnología en el marco general del progreso como visión diacrónica y unilineal de la historia y de la vida. Así las cosas, queda claro el mensaje revolucionario que transmite Pérez Almeida en su crítica: los derechos humanos son la notoria expresión, en el ámbito normativo de las relaciones internacionales –en la superestructura jurídica, diría Marx-, de lo que para Ramón Grosfoguel es el “sistema mundo Europeo/Euro-norteamericano moderno/colonial capitalista/patriarcal, cuya estructuración comienza en el 1492 y cuya consolidación ocurre en el siglo XVIII con la Revolución industrial y la Revolución Francesa, siempre con la visión universalista propia del despliegue histórico de la modernidad como una perspectiva del mundo, local, provinciana, expansiva y totalizante.
Sin dudas ni ambages, el autor nos dice que:
“En este sentido, debemos concluir que los derechos humanos son un producto histórico y de naturaleza clasista, que son una creación humana surgida al fragor de la lucha de clases y que, como expresión de la ideología liberal triunfante desde la Revolución francesa, ha servido de amalgama para construir la hegemonía política y cultural de la burguesía en el sistema-mundo- capitalista”.
El papel de la geopolítica del conocimiento y del entendimiento, en este sentido resulta la clave para entender el origen de lo que bien podríamos llamar la falacia jurídica de los derechos universales (en alusión a aquella otra falacia -la desarrollista mencionada por Dussel-). Siempre que se nos presenta alguna teoría, con todos sus postulados, conceptos y categorías, sobre todo si tienen que ver con el complejo tema del comportamiento humano, el cambio social y las formas de autoridad, se hace necesario hacernos una pregunta que encierra en si misma la cultura de la sospecha como postura teórica y actitud epistemológica: quien dice qué y desde donde. Partiendo de este principio, podemos constatar con el autor que lo que se dio en llamar “derechos humanos” –tal como la modernidad misma- tiene unos orígenes espacio-temporales bien definidos: el mundo configurado alrededor de la hegemonía estadounidense a partir de los genocidios de Hiroshima y Nagasaky, y que inauguró toda una era: la era nuclear, que es decir la era del terror por la posibilidad cierta de la destrucción de la humanidad en una guerra donde se utilice la mortífera arma.
Luego del triunfo definitivo de los aliados en 1945, y sobretodo desde la firma de los acuerdos de Bretton Woods unos meses antes, desde Estados Unidos se comienza a impulsar lo que se dio en llamar el Estado de Bienestar, llamado también Estado keynesiano de Posguerra, el cual inauguró la llamada edad de oro del capitalismo y que tuvo como rasgos fundamentales una distribución más o menos equitativa de las ganancias de la productividad entre capital y trabajo, lo que permitió la expansión del consumo en unas sociedades donde se comenzaba a promover con fuerza el estilo de vida americano, un sindicalismo fuerte y combativo, una fuerte campaña de difusión de los valores modernos y de los procesos de modernización, donde el llamado por Arturo Escobar “discurso del desarrollo” logró erigirse en la gramática fundamental que definió los senderos por los que cada país debía transitar para lograr el bienestar general, además de la promoción y defensa de la democracia liberal burguesa que, como bien lo expresa el autor es una forma de gobierno donde los derechos civiles y políticos individuales, garantistas, tuvieron siempre la primacía por sobre los derechos sociales, económicos y culturales.
Es en este contexto donde se entroniza la aplicación de la ciencia y la tecnología como la indiscutible forma de alcanzar el “progreso” y el “desarrollo” –luego de que Estados Unidos demostrara al mundo hasta donde era capaz de llegar en la carrera científico-tecnológica-militar- y donde surgen los “derechos humanos” como marco jurídico regulador de las relaciones entre los estados del sistema internacional. De tal manera, en el espíritu del planteamiento del “desarrollo como discurso” del pensador decolonial Arturo Escobar, podríamos de la misma forma esbozar que así como esta gramática del desarrollo se orientó siempre a influir sobre los procesos y ámbitos político, económico y cultural de las sociedades, esta vez con un alcance global, los derechos humanos –como ideología, como discurso- configuraron otra gramática –asociada a la anterior- orientada a definir e influir en los procesos jurídicos a nivel mundial. Como bien lo reitera nuestro autor, los derechos humanos tienen una historia bonita y otra fea; otro tanto se puede decir de la historia del desarrollo. Luego de décadas de este último podemos constatar, como resultado de la colonización en nuestro imaginario por esta mitología, el aumento de la pobreza y la exclusión; lo contrario de lo que vende el desarrollo. En el mismo orden de ideas, luego de 62 años de derechos humanos, enfrentamos una realidad que es ilustrada con mordacidad por Pérez Almeida cuando nos dice que el imperialismo, después de destruir casas y matar mucha gente, sus mismos aviones sobrevuelan las zonas devastadas –de un tiempo para acá humanitariamente- lanzando comida y medicamentos por las mismas compuertas por las que salió el fósforo blanco que asesinó a muchos civiles inocentes; claro, estas acciones “humanitarias” se realizan con la intención de garantizar los derechos humanos de los sobrevivientes. Ya se sabe, por lo demás, que las víctimas inocentes de los ataques a objetivos militares no son tales sino daños colaterales.
El tono sarcástico que se percibe en el estilo del autor, es el tono que usa el intelectual crítico que en el hallazgo de su análisis, devela una realidad indignante que lo mueve a hacer un llamado a través de su obra, dirigido a todos aquellos colectivos que hoy, desde distintos lugares geográficos y teóricos, impugnan el sistema capitalista y a sus intelectuales orgánicos que, con el apoyo de las grandes corporaciones mediáticas de alcance mundial, son capaces de crear realidades con definiciones y discursos encubridores de realidades que, muchas veces, más allá de las posibilidades del lenguaje al servicio de la dominación, el control y la mentira, no son fácilmente escamoteables por más que esta perversa creatividad produzca oximorons como los se han planteado y difundido mas o menos recientemente como ese del "capitalismo popular", o uno que toca al tema de este libro como es el de la "guerra humanitaria"; no hablemos del cínico "fuego amigo".
Quizá de todos los valiosos planteamientos y puertas que abre nuestro autor para la investigación militante y revolucionaria en materia de derechos humanos, el más importante sea aquel que denuncia estos “derechos” como una especie de ideología catalizadora o discurso lubricante del sistema mundo capitalista. En tal sentido, el autor sacude la ironía presente en la supuesta defensa de los derechos humanos por parte de algunos estados-naciones y actores políticos, preguntándose si es posible que un defensor de tan sagrados derechos pueda ejercer la violencia produciendo muerte y destrucción. En efecto, la respuesta que se da el autor ante las inhumanas prácticas que llevan a cabo estos “defensores de la humanidad” –como por ejemplo en Haití o Irak- y que constituyen un claro mentís de su discurso, es la siguiente:
“el problema más grave en derechos humanos no es que “la brecha entre lo que se dice y lo que se hace es cada día más grande”, sino que esa brecha es el fundamento y la razón de ser de dichos derechos y sin ella no podríamos hablar de ellos. Esquizofrenia pura”.
Así las cosas, en completo acuerdo con Pérez Almeida, vivimos en un mundo esquizofrénico donde por una parte nos venden la idea de que efectivamente existen unos derechos humanos para todos los hombres y mujeres que vivimos en este mundo –siempre con el mito de fondo de que vivimos en el mejor de los mundos jurídicos posibles-, pero por otra lo que se constata es que se siguen violando de manera descarada y salvaje la humanidad de pueblos que tuvieron la desgracia de nacer en tierras con grandes reservas de minerales e hidrocarburos, necesarias para mantener el funcionamiento de un sistema mundo cuya violencia es inherente a su naturaleza y funcionamiento. En otras palabras, en el mundo patas arriba del que nos habla Galeano y como bien nos dice nuestro autor, este camino mitológico nos monta en algo así como la rueda del Hámster, pero ideológica; es el burro de la humanidad persiguiendo eternamente la zanahoria del respeto a sus sagrados derechos mientras recibe el azote de los adláteres de los jefes-dirigentes del sistema mundo moderno/colonial capitalista/patriarcal.
Finalmente, entre todos las discusiones que deja abiertas con variedad de preguntas problematizadoras, el autor participa de un importante debate en el campo de la teoría crítica decolonial, cuyo eje central es la inclusión de la "Declaración universal de los Derechos Humanos”, dentro de lo que W. Mignolo llama Diseño Global. Luego de llamar la atención y de criticar el hecho de que Mignolo no considere los derechos humanos un Diseño Global como constructo epistémico o ético-político -entre otros que han impulsado históricamente los países centro-imperiales- preguntándose si entonces este autor considera que estos derechos, en el momento de su aprobación en 1948, recogían las esperanzas y aspiraciones de los estados periféricos en proceso de descolonización, Pérez Almeida afirma que, efectivamente
“…el constructo derechos humanos es un “diseño global” (Mignolo) o una “estrategia ideológica/simbólica global” (Grosfogel), que ha calado en la raíz de los imaginarios sociales de los pueblos del Sur, lo que habla de su éxito como estrategia hegemónica”.
Afirmación a partir de la cual el autor, incorporando la categoría de colonialidad del poder de Aníbal Quijano y citando los aportes que a esta ha hecho el pensador Ramón Grosfoguel, afirma que además del control de los recursos y productos del trabajo, de los recursos y productos del sexo, de la autoridad política y de sus mecanismos de coacción y del conocimiento y la subjetividad, se puede incluir en este patrón de poder colonial “el control de la utopía y los ideales de emancipación por medio del diseño global de los derechos humanos”, todo lo cual constituye un desafío para los grupos progresistas, movimientos sociales y actores políticos revolucionarios, que hoy utilizan el discurso de los derechos universales en su lucha por la liberación y que constituye otra de las cuestiones a dilucidar por la intelectualidad crítica-revolucionaria y radical contemporánea.
Estos Ensayos heterodoxos en derechos humanos, como análisis político-crítico, como diagnóstico y como visibilización de una realidad que muchos no observan en su convicción de que el mundo “ha avanzado”, constituyen un aporte significativo a la batalla de las ideas en la cual estamos inmersos y una demostración del potencial político transformador que encierra una propuesta teórico-epistémica que, difundida en los nuevos espacios comunicativos, políticos y educativos que han surgido en los últimos años de proceso político, podrían erigirse en el gran impulso que este necesita para avanzar hacia el carácter cultural que tiene que adoptar definitivamente la Revolución bolivariana.
Invito pues, al pueblo venezolano y dentro de este a la intelectualidad crítica que apoya la transformación del país, de la región y del mundo, a leer y estudiar con la mayor atención y rigurosidad, individual y colectivamente, este valioso aporte al pensamiento crítico venezolano y nuestramericano, con la esperanza de que contribuya, en el espiritu de Alfredo Maneiro, a fortalecer la eficacia política y la calidad revolucionaria de todos aquellos que pensamos y sentimos que el camino a recorrer es el que conduce al socialismo indoafroamericano.
http://amauryagoracaracas.blogspot.com/2013/03/prologo-ensayos-heterodoxos-en-derechos.html
Gregorio P. Almeida
Resulta para este servidor un verdadero placer, haber tenido la oportunidad de plasmar las palabras introductorias de una obra que, por su temática y por la perspectiva con que esta se examina, no sólo nos llega en el mejor momento posible, sino que constituye para nosotros una referencia de lo que significa el abordaje y análisis de nuestra realidad sociopolítica contemporánea desde una visión crítica-reflexiva, particularmente utilizando de manera aguda y brillante las categorías y conceptos de la teoría crítica decolonial.
Efectivamente no hay retórica alguna en la afirmación de que la presente obra nos llega en el mejor momento posible. Al momento de escribir estas palabras, para no extenderme en la ilustración de nuestro actual contexto político y geopolítico mundial signado por el conflicto y la guerra, es noticia y debate de alcance mundial, la filtración por parte de un bizarro colectivo informático-mediático internacional y su visibilización a la opinión pública mundial, de la más que apreciable cantidad de 250 mil documentos –de diversa índole pero en general considerados secretos- que, en su carácter de cables diplomáticos, develan descarnadamente los “secretos” de la política exterior imperial estadounidense, con énfasis en diversos actos que constituyen flagrantes violaciones a los “derechos humanos”, particularmente en la guerra imperialista que estos llevan a cabo en Irak y Afganistán. Wikileaks, ciertamente, no es el tema del presente trabajo; si lo constituye el de los renombrados y no muy respetados “derechos humanos”.
Ciertamente, la expresión entre comillas señala el objeto de la crítica del autor en el presente trabajo quien, inscribiéndose –como lo afirma al principio de la obra- dentro de la llamada cultura de la sospecha, abre fuegos desde el principio contra la concepción que hasta ahora nos han presentado sobre los derechos humanos, quitando el velo mítico de luz que los ha recubierto –labor por excelencia del pensamiento crítico- detrás del cual encontramos suficiente oscuridad como para, en un principio, sospechar de ellos. Hasta podemos decir que a lo largo de su trabajo, el profesor Pérez Almeida hace con ellos algo así como lo que Wikileaks está haciendo con la diplomacia estadounidense, dejándolos en paños menores, abriendo al mismo tiempo un feraz campo de investigación y de crítica con gran potencial político-transformador, en los ámbitos del revigorizado pensamiento crítico de la Venezuela enrumbada hacia el Socialismo para el siglo XXI, que no es tanto expresión de una época de cambios –como dice Rafael Correa- como de un cambio de época.
Desde el capitulo inicial, el autor deja claro cual es la idea central del texto: existen dos historias sobre los derechos humanos, una bonita –que es la que conocemos porque es la que nos han contado- y otra fea –que nos han encubierto y escamoteado-, a partir de la cual el autor despliega una importante labor crítica, desmitificando lo que para el autor es, recurriendo a la categoría Diseño Global planteada por Walter Mignolo, un constructo epistémico o ético-político bien localizado desde la perspectiva de la Geopolítica del Conocimiento: el norte euro-norteamericano en el contexto de la entronización de los EEUU como potencia hegemónica mundial post Segunda Guerra Mundial. De tal manera, los derechos humanos no tienen un “origen divino”, ni forman parte de la naturaleza humana, ni tienen una esencia eterna cuya expresión acabada y perfecta este plasmada en la redacción -por parte de los voceros del liberalismo burgués angloamericano y francés- de los 30 artículos que en 1948 se aprobaron como Declaración Universal de los “Derechos Humanos”.
Es así como el profesor Pérez Almeida hace énfasis en una idea que atraviesa transversalmente la obra. Los voceros de la modernidad capitalista y del mentado progreso como uno de sus mitos fundantes, han presentado a la historia de la humanidad como un trayecto que parte en un supuesto “estado de naturaleza”, donde primaría una suerte de guerra o conflicto permanente -el desorden y la barbarie como producto de la ausencia de una normatividad que regule la vida social-, y que tiene como término o punto de llegada –el súmmum- la Europa moderna, cristiana, capitalista, blanca y patriarcal, como la expresión más acabada o estadio más “avanzado” de sociedad en la historia de la especie humana. Una concepción que tiene en Hegel a uno de sus más importantes pilares y que por demás simboliza al capitalismo triunfante en la Europa de la segunda mitad del siglo XIX. Con este mito de fondo en el centro de su planteamiento, nuestro autor enfila sus baterías contra “la concepción universalista de los derechos humanos como eje de la evolución de la humanidad”.
En este sentido, según el mito básico de la modernidad y de acuerdo a los teóricos del imperialismo euro-norteamericano dominante a partir de 1945, la Declaración Universal de Derechos Humanos viene a ser el estado evolutivo más avanzado –e insuperable- de una vocación normativa que forma parte de la esencia humana y que ha venido evolucionando a través del tiempo, tal como lo ha hecho la ciencia y la tecnología en el marco general del progreso como visión diacrónica y unilineal de la historia y de la vida. Así las cosas, queda claro el mensaje revolucionario que transmite Pérez Almeida en su crítica: los derechos humanos son la notoria expresión, en el ámbito normativo de las relaciones internacionales –en la superestructura jurídica, diría Marx-, de lo que para Ramón Grosfoguel es el “sistema mundo Europeo/Euro-norteamericano moderno/colonial capitalista/patriarcal, cuya estructuración comienza en el 1492 y cuya consolidación ocurre en el siglo XVIII con la Revolución industrial y la Revolución Francesa, siempre con la visión universalista propia del despliegue histórico de la modernidad como una perspectiva del mundo, local, provinciana, expansiva y totalizante.
Sin dudas ni ambages, el autor nos dice que:
“En este sentido, debemos concluir que los derechos humanos son un producto histórico y de naturaleza clasista, que son una creación humana surgida al fragor de la lucha de clases y que, como expresión de la ideología liberal triunfante desde la Revolución francesa, ha servido de amalgama para construir la hegemonía política y cultural de la burguesía en el sistema-mundo- capitalista”.
El papel de la geopolítica del conocimiento y del entendimiento, en este sentido resulta la clave para entender el origen de lo que bien podríamos llamar la falacia jurídica de los derechos universales (en alusión a aquella otra falacia -la desarrollista mencionada por Dussel-). Siempre que se nos presenta alguna teoría, con todos sus postulados, conceptos y categorías, sobre todo si tienen que ver con el complejo tema del comportamiento humano, el cambio social y las formas de autoridad, se hace necesario hacernos una pregunta que encierra en si misma la cultura de la sospecha como postura teórica y actitud epistemológica: quien dice qué y desde donde. Partiendo de este principio, podemos constatar con el autor que lo que se dio en llamar “derechos humanos” –tal como la modernidad misma- tiene unos orígenes espacio-temporales bien definidos: el mundo configurado alrededor de la hegemonía estadounidense a partir de los genocidios de Hiroshima y Nagasaky, y que inauguró toda una era: la era nuclear, que es decir la era del terror por la posibilidad cierta de la destrucción de la humanidad en una guerra donde se utilice la mortífera arma.
Luego del triunfo definitivo de los aliados en 1945, y sobretodo desde la firma de los acuerdos de Bretton Woods unos meses antes, desde Estados Unidos se comienza a impulsar lo que se dio en llamar el Estado de Bienestar, llamado también Estado keynesiano de Posguerra, el cual inauguró la llamada edad de oro del capitalismo y que tuvo como rasgos fundamentales una distribución más o menos equitativa de las ganancias de la productividad entre capital y trabajo, lo que permitió la expansión del consumo en unas sociedades donde se comenzaba a promover con fuerza el estilo de vida americano, un sindicalismo fuerte y combativo, una fuerte campaña de difusión de los valores modernos y de los procesos de modernización, donde el llamado por Arturo Escobar “discurso del desarrollo” logró erigirse en la gramática fundamental que definió los senderos por los que cada país debía transitar para lograr el bienestar general, además de la promoción y defensa de la democracia liberal burguesa que, como bien lo expresa el autor es una forma de gobierno donde los derechos civiles y políticos individuales, garantistas, tuvieron siempre la primacía por sobre los derechos sociales, económicos y culturales.
Es en este contexto donde se entroniza la aplicación de la ciencia y la tecnología como la indiscutible forma de alcanzar el “progreso” y el “desarrollo” –luego de que Estados Unidos demostrara al mundo hasta donde era capaz de llegar en la carrera científico-tecnológica-militar- y donde surgen los “derechos humanos” como marco jurídico regulador de las relaciones entre los estados del sistema internacional. De tal manera, en el espíritu del planteamiento del “desarrollo como discurso” del pensador decolonial Arturo Escobar, podríamos de la misma forma esbozar que así como esta gramática del desarrollo se orientó siempre a influir sobre los procesos y ámbitos político, económico y cultural de las sociedades, esta vez con un alcance global, los derechos humanos –como ideología, como discurso- configuraron otra gramática –asociada a la anterior- orientada a definir e influir en los procesos jurídicos a nivel mundial. Como bien lo reitera nuestro autor, los derechos humanos tienen una historia bonita y otra fea; otro tanto se puede decir de la historia del desarrollo. Luego de décadas de este último podemos constatar, como resultado de la colonización en nuestro imaginario por esta mitología, el aumento de la pobreza y la exclusión; lo contrario de lo que vende el desarrollo. En el mismo orden de ideas, luego de 62 años de derechos humanos, enfrentamos una realidad que es ilustrada con mordacidad por Pérez Almeida cuando nos dice que el imperialismo, después de destruir casas y matar mucha gente, sus mismos aviones sobrevuelan las zonas devastadas –de un tiempo para acá humanitariamente- lanzando comida y medicamentos por las mismas compuertas por las que salió el fósforo blanco que asesinó a muchos civiles inocentes; claro, estas acciones “humanitarias” se realizan con la intención de garantizar los derechos humanos de los sobrevivientes. Ya se sabe, por lo demás, que las víctimas inocentes de los ataques a objetivos militares no son tales sino daños colaterales.
El tono sarcástico que se percibe en el estilo del autor, es el tono que usa el intelectual crítico que en el hallazgo de su análisis, devela una realidad indignante que lo mueve a hacer un llamado a través de su obra, dirigido a todos aquellos colectivos que hoy, desde distintos lugares geográficos y teóricos, impugnan el sistema capitalista y a sus intelectuales orgánicos que, con el apoyo de las grandes corporaciones mediáticas de alcance mundial, son capaces de crear realidades con definiciones y discursos encubridores de realidades que, muchas veces, más allá de las posibilidades del lenguaje al servicio de la dominación, el control y la mentira, no son fácilmente escamoteables por más que esta perversa creatividad produzca oximorons como los se han planteado y difundido mas o menos recientemente como ese del "capitalismo popular", o uno que toca al tema de este libro como es el de la "guerra humanitaria"; no hablemos del cínico "fuego amigo".
Quizá de todos los valiosos planteamientos y puertas que abre nuestro autor para la investigación militante y revolucionaria en materia de derechos humanos, el más importante sea aquel que denuncia estos “derechos” como una especie de ideología catalizadora o discurso lubricante del sistema mundo capitalista. En tal sentido, el autor sacude la ironía presente en la supuesta defensa de los derechos humanos por parte de algunos estados-naciones y actores políticos, preguntándose si es posible que un defensor de tan sagrados derechos pueda ejercer la violencia produciendo muerte y destrucción. En efecto, la respuesta que se da el autor ante las inhumanas prácticas que llevan a cabo estos “defensores de la humanidad” –como por ejemplo en Haití o Irak- y que constituyen un claro mentís de su discurso, es la siguiente:
“el problema más grave en derechos humanos no es que “la brecha entre lo que se dice y lo que se hace es cada día más grande”, sino que esa brecha es el fundamento y la razón de ser de dichos derechos y sin ella no podríamos hablar de ellos. Esquizofrenia pura”.
Así las cosas, en completo acuerdo con Pérez Almeida, vivimos en un mundo esquizofrénico donde por una parte nos venden la idea de que efectivamente existen unos derechos humanos para todos los hombres y mujeres que vivimos en este mundo –siempre con el mito de fondo de que vivimos en el mejor de los mundos jurídicos posibles-, pero por otra lo que se constata es que se siguen violando de manera descarada y salvaje la humanidad de pueblos que tuvieron la desgracia de nacer en tierras con grandes reservas de minerales e hidrocarburos, necesarias para mantener el funcionamiento de un sistema mundo cuya violencia es inherente a su naturaleza y funcionamiento. En otras palabras, en el mundo patas arriba del que nos habla Galeano y como bien nos dice nuestro autor, este camino mitológico nos monta en algo así como la rueda del Hámster, pero ideológica; es el burro de la humanidad persiguiendo eternamente la zanahoria del respeto a sus sagrados derechos mientras recibe el azote de los adláteres de los jefes-dirigentes del sistema mundo moderno/colonial capitalista/patriarcal.
Finalmente, entre todos las discusiones que deja abiertas con variedad de preguntas problematizadoras, el autor participa de un importante debate en el campo de la teoría crítica decolonial, cuyo eje central es la inclusión de la "Declaración universal de los Derechos Humanos”, dentro de lo que W. Mignolo llama Diseño Global. Luego de llamar la atención y de criticar el hecho de que Mignolo no considere los derechos humanos un Diseño Global como constructo epistémico o ético-político -entre otros que han impulsado históricamente los países centro-imperiales- preguntándose si entonces este autor considera que estos derechos, en el momento de su aprobación en 1948, recogían las esperanzas y aspiraciones de los estados periféricos en proceso de descolonización, Pérez Almeida afirma que, efectivamente
“…el constructo derechos humanos es un “diseño global” (Mignolo) o una “estrategia ideológica/simbólica global” (Grosfogel), que ha calado en la raíz de los imaginarios sociales de los pueblos del Sur, lo que habla de su éxito como estrategia hegemónica”.
Afirmación a partir de la cual el autor, incorporando la categoría de colonialidad del poder de Aníbal Quijano y citando los aportes que a esta ha hecho el pensador Ramón Grosfoguel, afirma que además del control de los recursos y productos del trabajo, de los recursos y productos del sexo, de la autoridad política y de sus mecanismos de coacción y del conocimiento y la subjetividad, se puede incluir en este patrón de poder colonial “el control de la utopía y los ideales de emancipación por medio del diseño global de los derechos humanos”, todo lo cual constituye un desafío para los grupos progresistas, movimientos sociales y actores políticos revolucionarios, que hoy utilizan el discurso de los derechos universales en su lucha por la liberación y que constituye otra de las cuestiones a dilucidar por la intelectualidad crítica-revolucionaria y radical contemporánea.
Estos Ensayos heterodoxos en derechos humanos, como análisis político-crítico, como diagnóstico y como visibilización de una realidad que muchos no observan en su convicción de que el mundo “ha avanzado”, constituyen un aporte significativo a la batalla de las ideas en la cual estamos inmersos y una demostración del potencial político transformador que encierra una propuesta teórico-epistémica que, difundida en los nuevos espacios comunicativos, políticos y educativos que han surgido en los últimos años de proceso político, podrían erigirse en el gran impulso que este necesita para avanzar hacia el carácter cultural que tiene que adoptar definitivamente la Revolución bolivariana.
Invito pues, al pueblo venezolano y dentro de este a la intelectualidad crítica que apoya la transformación del país, de la región y del mundo, a leer y estudiar con la mayor atención y rigurosidad, individual y colectivamente, este valioso aporte al pensamiento crítico venezolano y nuestramericano, con la esperanza de que contribuya, en el espiritu de Alfredo Maneiro, a fortalecer la eficacia política y la calidad revolucionaria de todos aquellos que pensamos y sentimos que el camino a recorrer es el que conduce al socialismo indoafroamericano.
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